A mis nietos y nietas


Si a vuestro paso habéis dejado caer alguna
espina, regresad, arrancadla y en su lugar sembrad
una rosa.

Vuestra abuela que os quiere tanto...


jueves, 1 de enero de 2015

Carta a mi nieto Ramón


Queridos nietos y nietas: hoy, para empezar el año, la carta que hace  tiempo le dediqué a Ramón. Estoy segura de que no la vais a leer hoy, pero seguro, "mañana" y, aunque la dediqué a él, es para todos. ¿Vale?
En este rincón de mi piso, que mis amigos más íntimos conocen y llaman de las Musas, escribo a mi nieto Ramón, que, feliz con su traje de Spiderman,  que le dejó Papa Noel, y sus guantes de portero, dormirá a estas horas y que tan solo pensar en él me conmueve de ternura y amor.
 Mi querido y precioso Ramón:
¡Qué tonta fui al  pensar que te podía “engañar” con la mentirijilla de coger la luna! Siempre fuiste un niño inteligente, gracioso, cariñoso, bueno… De ahí que con toda la lógica que sobrepasa tus cuatro años, exclamaras: ¡Pues coge la casita del cielo que yo no quiero ir a ella!  
Ahora, aquí, por cierto con la luna  casi encima de mi terraza, te escribo porque llegará un día, tal vez no demasiado lejano, que puedas entender, con la claridad que es posible, los grandes misterios de la vida. Y el más importante, que  ya a tus cuatro años, intuyes, la muerte.
Sí, vida mía, todo lo que vive tiene un final y así hay que aceptarlo porque eso es mejor que vivir  con miedo a lo inevitable. Puede, y eso  deseo, que tengas fe, lo cual equivaldrá a creer, o al menos a esperar, que si se termina esta vida, pasamos a otra con un Dios del que tan solo puedo decirte que  tú tendrás que descubrir.
Para nada quiero influir en tus creencias, cuando seas adulto y Dios se te presente como una interrogante, pero tampoco voy a dejar de contestar a lo que supuestamente me preguntarías: Abuela, ¿y tú tienes fe? ¡Sí que la tengo! –te contestaría y contesto ahora-, aunque debes entender que la fe no es certeza, sino eso, esperanza y dudas, por supuesto, pero las palabras del Jesús del Evangelio me llevan a esperar y a creer.
 Cuando era niña, también tenía mucho miedo a la muerte y a los muertos que en aquellos años, se podían ver en las casas, pero, ¿sabes una cosa? Ahora, es cierto que no quiero morirme, pero le he perdido bastante de aquel horroroso miedo que le tenía porque he intentado  hacer a lo largo de mis años de vida, lo mejor que he podido y sabido.
También el primo Javier me habló un día de su miedo a la muerte, como todos, más o menos, sentimos, Le dediqué una carta. Léela y todo lo que le digo a él, te lo repito a ti, precioso.
Querido chiquitín:  la vida puede ser como una gran escalada en busca de superación o como un arrastrase por la tierra sin más ambición que buscar, y no encontrar, bienes materiales. Si eliges el vivir  buscando siempre el ascenso que conllevará  caídas, sí, pero el esfuerzo de levantarte y seguir luchando por conseguir la cima, notarás la paz y la tranquilidad de conciencia que te permitirá vivir sin miedos a nada incluyendo la muerte. 
Pero, si, por el contrario, te dedicas a rastrear por la vida de los demás buscando riqueza, poder, gloria, comodidad, etc. jamás sabrás del sabor de los sueños y, sobre todo, jamás dormirás sin la sombra de la muerte acechando tu vida perdida.
Por eso, tu abuela, a pesar de sus muchas fragilidades, caídas y equivocaciones, trató siempre de levantarse y seguir hacia arriba y en ese esfuerzo vislumbró que de Dios, que no puedo explicarte, porque no tengo palabras, solo he conocido su fulgor, pero te aseguro que, con ello, me siento recompensada y puedo morir sin en paz.
Así que, ¡fuera miedos! Con una mano cógete a la vida fuerte, y con otra, a la muerte, pero camina, levántate cada vez que caigas y te aseguro, que poco a poco, irás descubriendo el color de las estrellas.