A mis nietos y nietas


Si a vuestro paso habéis dejado caer alguna
espina, regresad, arrancadla y en su lugar sembrad
una rosa.

Vuestra abuela que os quiere tanto...


martes, 21 de abril de 2015

A mis nietos en el Día del Libro



Siempre, desde pequeñitos , os han gustado mucho los cuentos.

Mis queridos nietos y nietas: todos los días del año  deben ser  días del libro, pero, como sabéis,  hay una fecha especial en este mes para divulgar la lectura de forma muy especial y para celebrar la Feria del Libro.
No dejéis ni un día de leer, aunque sea  tan solo un pensamiento, pero ir formando vuestra biblioteca particular con aquellos libros que más os gusten. Sería estupendo que en cada uno de ellos  insertarais una ficha con la calificación que le ponéis, valores que habéis encontrado, tema, autor, alguna frase destacada, etc.
Bueno, el otro día, Ramón me decía: abuela  no me gusta mucho la historia de la mirla porque es de muerte.
Así que he escrito un cuentecito para que resulte  una historia más alegre y os la dedico para celebrar el Día del Libro, que es mañana.
EL SOBRE NEGRO
Aquel día, justo a mis pies, cayó muerta la mirla. Apuntaban los verdes por la primavera. Ellos, cazadores furtivos, le dispararon. En el nido, cuatros huevecillos verdes aguardaban calor y tiempo. Unas lágrimas brotaron de mis ojos, y mis manos reverentes, fueron caricia para aquel lúgubre evento que me palpitaba con rabia, ¡maldita sea!, por los puros entresijos del alma.
La sierra una eclosión de vida: jarales, romero, encinas... Y uno, dos, tres... una bandada de palomos surcaban los cielos en arrullos de amores que se entronizaban en el silencio de las horas, en la soledad del lugar.
Atardecía, cuando, tras depositar el diminuto cuerpo de la mirla y su nido bajo el madroñal, regresé a la ciudad. tráfico, gente, campanas...vida. En mi  bolsillo, un par de alas negras, mágico tesoro que, deseaba enarbolar para siempre como glorioso  himno a la libertad. Allí, al rescoldo de mis sueños, junto a mi almohada, un luminoso y lacrado sobre negro, como urna sagrada, atalayaba las alas de madre mirla. 
 Pasó algún tiempo. Una noche, cuando la luna llena inundaba de macilenta claridad  las paredes de mi dormitorio y,  cuando ya  el sueño había hecho presa en mis ojos, me despertó un extraño aleteo. Por mi ventana, la sombra de un pájaro que fulgurante alzaba sus alas al vuelo. Sí, era la mirla. El sobre negro, por unos instantes, permaneció junto a mi lecho. Después, un soplo de viento lo arrastró en un vaporoso  zigzag  por la ventana.

Todavía me pregunto si fue un sueño pero, cuando la luna llena me mira, a mi  corazón retornan las notas de aquel himno a la libertad: Aleluya