A mis nietos y nietas


Si a vuestro paso habéis dejado caer alguna
espina, regresad, arrancadla y en su lugar sembrad
una rosa.

Vuestra abuela que os quiere tanto...


domingo, 26 de abril de 2015

Carta reflexión a mis nietos y nietas


   Mis preciosos chiquitines, os quiero mucho, mucho

Esta mañana, en mi rutinario paseo por el jardín, como un halo que irrumpía sobrecogedor en el silencio de las horas, las campanas de San An­tonio comenzaron a doblar y,  he aquí que conocedora yo de tan singular len­guaje, busqué una vez más res­puesta al misterio de la muerte.
No obstante el evento mañanero, mi intención no es parodiaros lúgubres lances, sino rememorando precisa­mente esa solemne locución que en otro tiempo eran misivas incuestiona­bles, hablaros algo del maravilloso lenguaje de las campanas, porque la incomunicación y el silencio se han entronizado de manera innegable en nuestras vidas, acallando esta musical voz de otros tiempos,  pero, mis queri­dos niños, no siempre fue así. Hubo un tiempo en el que las campa­nas nos convocaban a compartir toda clase de acontecimientos: fiestas, duelos, desastres, actos religiosos... Recuerdo cuantas veces el “talam, ta­lam, tam..” de un campanín nos sacaba de nuestras casas para acompañar al Santísimo por las calles en urgencias de enfermos moribundos, y recuerdo los repiques gloriosos del Domingo de Resurrección, del día de la Patrona, de los días de Primeras Comuniones, bo­das, bautizos...
Con el Ángelus, mañana y tarde, el sonido de las campanas invitaban a la oración  y recogimiento. Era bonito contar con las campanas para casi todo: en las estaciones de tren, en los internados, en los conventos, en las escuelas...
Mis queridos nietos: hay  algo que a pesar del progreso, jamás morirá: el recuerdo de las cosas vividas con amor.
¡Ojalá vuestros oídos estén prestos a escuchar tantas voces como cada día se quieren  acallar  en el  cálido esce­nario de nuestro humano vivir!  Pero sobre todo  que os tornéis eco de  tan­tos sonidos como claman  piedad, jus­ticia, ternura, amor...
Ahora aquí, en esta reflexiva quietud, que es mi casa, al alcance de mis manos, una  ingenua campanita dorada. La miro, la cojo, la agito...  Me sirve para comprobar que su voz sigue viva en mí, porque un día fue to­rrente, huracán, amor que se asentó para siempre en mi alma. 

También a vosotros os miro, os sueño, os amo y vuestras risas y lágrimas son  maravillosas voces en el horizonte de mi  universo presente.