A mis nietos y nietas


Si a vuestro paso habéis dejado caer alguna
espina, regresad, arrancadla y en su lugar sembrad
una rosa.

Vuestra abuela que os quiere tanto...


miércoles, 27 de julio de 2016

Hablo de la empatía a mis nietos


               Este es uno de los dibujito se de mis alumnos, cuando les hablé de la empatía

Queridos nietos y nietas: hoy quiero hablaros de la empatía, un gran valor ignorado u olvidado con respecto a nuestras relaciones con los demás. La empatía consiste en saber ponernos en lugar del otro para entenderlo. No basta, pues, con unas palabras, unos golpecitos en la espalda y poco más. No, mis niños, hay que tratar de escuchar y esforzamos por sentir como si estuviésemos en él.
Con este cuentecito lo vais a entender, y no están complicado porque los seres humanos, todos, somos muy iguales.
Os quiere mucho y quiere que seáis sabios en este escenario del mundo con las manos extendidas a quienes lo necesiten.

Del hombre que tenía frío
Un hombre, de la mañana a la noche, comenzó a tiritar.
¡Vaya frío que me ha entrado! -se dijo- Si no busco calor, puedo morir helado. Iré a casa de mis amigos y les diré:  Necesito calor.  Ellos me lo darán; ellos son mis amigos.
Y se puso camino de la casa del primer amigo. ¡Tengo frío, amigo! -exclamó- Dame algo de calor.
Y el amigo le contestó: ¡Ya sabía yo que  antes o después  te verías así! Esto era de esperar. No se puede vivir, como tú has vivido, a la intemperie. No se puede vivir lejos del fuego. ¡Anda, vete a tu casa y recompón tu vida!
Y el hombre se alejó, aún con más frío, pero continuó su camino y llamó a una segunda puerta: ¡Tengo frío, amigo! -exclamó de nuevo- Necesito algo de tu calor. ¡Cuánto lo siento! Me da mucha pena verte en este estado. ¡Con lo caluroso que tú eras! ¡Pobre! Créeme que lo siento. Tal vez en otro momento... ¿Por qué no te vas a tu casa y tratas de abrigarte?
Y el hombre se alejó, cada vez con más frío. No obstante, siguió su camino y lo intentó con un tercero: ¡Tengo frío, amigo! Necesito que me des algo de tu calor. ¡Hombre! -exclamó el tercer amigo-. Para el frío hay un buen remedio: cómprate una manta.
Un poco cansado, llamó a una última puerta. Se dijo: De este amigo poco o nada puedo esperar. Es tan pobre hombre... Tiene tan poco que dar… ¡Tengo frío, amigo! -exclamó en un chirriar de dientes- Ya sé que tú... Ya se que no debía... ¡Yo también tengo frío! -dijo el cuarto amigo, sin dejar de frotarse las manos-. ¡Pasa, pasa, amigo mío! Seremos dos a sentir frío.
Y al instante comprobaron que a los dos les había subido la temperatura.